Los métodos de crianza con técnicas conductistas suelen tener algo en común: aconsejar a los padres que ignoren al niño si este los reclama, si llora, si pide algo o si sufre, o si necesita consuelo nocturno, partiendo de la base de que los “malos comportamientos” deben ser cambiados con premios y castigos, más que investigados para encontrar la carencia emocional o el problema que los causa.
El problema no es el conductismo en si mismo, sino el usar sus técnicas para modificar comportamientos infantiles que tienen causas emocionales o físcas sin profundizar en ellas, o incluso para modificar conductas que son, simplemente, normales en los niños pero que le molestan a los padres
El consejo fundamental es que se deben ignorar las lágrimas, enfados, berrinches o quejas de los niños. Simplemente ignorarlos. La idea es que si se da atención a un niño que expresa su frustración o sufrimiento emocional se estará reforzando su conducta.
Cuando una conducta de un niño molesta lo primero es reflexionar sobre si esta conducta es normal, natural, evolutivamente sana o demuestra que el niño padece algún sufrimiento que deberíamos solucionar. Reprimir no es la solución.
La idea que se transmite a los padres es que sus hijos no sufren, sino que quieren conseguir manipularlos. Los niños sufren, y puede suceder que sean necesidades muy importantes las que se están desatendiendo: el apego, la cercanía, el juego compartido y el respeto en el trato. Pero incluso este niño puede encontrarse cansado o hambriento, más que “caprichoso”. O puede no estar preparado para los objetivos de adulto que le hemos marcado. O incluso estar encontrándose mal en su cuna y llorando sin que nadie venga a reconfortarlo
El uso de estas técnicas conductistas puede dañar el apego sano del niño, siempre que se usen las medidas estrictamente, no dejamos de ser personas
Alejandro Rueda Cano
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